Normalmente,
el Estado considera a algo ilegal
cuando
va contra sus intereses. Intenta, por otro lado, que nos sintamos
identificados con los intereses del Estado, teniendo como
consecuencia que la gente que responde a las llamadas de la
colaboración
ciudadana
condene todo aquello que sabe que es ilegal y que piensa –como buen
ciudadano y español que es– que debe defenderse de ello. De ahí
el vomitivo discurso del delegado de gobierno de Melilla, Abdelmalik
El Barkani, que ha denominado de “invasión en toda regla” los
últimos sucesos. Ganas de vomitar es lo que nos entra cuando tenemos
que escuchar semejantes sandeces, que no podemos pasar por alto lo
más mínimo por lo atroz de su significado profundo. Su intención
de crear entre la sociedad una paranoica sensación de alarma o
amenaza de ser invadidos nos trae a nuestro recuerdo monstruos del
siglo XX que deberían de estar más que enterrados. A generar este
esperpéntico e insolidario sentimiento colaboran, como no, los
medios de comunicación de masas: portavoces oficiales del Estado
y el capital.
El lenguaje de estos miserables nunca es inocente, y el uso
indiscriminado de determinados sustantivos, verbos, etc. responden a
una ideología
común
del sistema, que como un fantasma va poseyéndonos lentamente desde
diferentes medios como el colegio e institutos, hasta la prensa. Y es
que ni Joseph Goebbels, quien fuera ministro de prensa e información
del régimen alemán nazi, lo hubiera hecho mejor. Aún así, aunque
en este mundo ya poco hay que nos sorprenda, no deja de causarnos
escalofríos el lenguaje utilizado por algunos medios de comunicación
al hablar de estos hechos. Así, en periódicos como el ABC,
La Razón o
El
Mundo vemos
como con indiferencia en su discurso utilizan términos tales como
hordas
y asalto
para referirse a los últimos acontecimientos en Melilla.
sábado, 20 de octubre de 2012
Contra las fronteras y sus defensores
lunes, 1 de octubre de 2012
Miseria y elitismo en la universidad del Estado, o la continuación de la precarización de la enseñanza.
Texto repartido durante la inauguración del curso académico 2012-2013 de la UGR:
¿Y se supone que tenemos que asistir agradecidos a la inauguración del nuevo curso? No, nosotros no nos lo creemos. El esperpéntico espectáculo de normalización de la situación nos repugna. A la sombra del folclore festivo de las jornadas de recepción de estudiantes y de la inauguración del curso académico se encuentra la agonía permanente de la enseñanza. El curso que empieza hoy estrena zapatos nuevos -aunque son más viejos que el hambre-, y todos los conocemos bien: el paquete de recortes, las subidas de tasas, los duros impuestos, y podríamos seguir hasta cansarnos. No nos sorprende, y no es que el curso sea sustancialmente peor que el anterior. No nos decepciona. Nunca esperamos nada de la maquinaria de adoctrinamiento para el capital que es la universidad del Estado. Y tenemos que poner las cosas en su sitio, no nos podemos dejar engañar: lo teníamos en nuestra cara desde el principio, y lo venimos tragando desde niños. La mentira de la educación accesible a todos, la aparente inocencia de la promoción pública de la enseñanza es el anzuelo del que se vale el Estado para pescar a quienes serán sus trabajadores sumisos. El Estado supone la alienación en todos los ámbitos de nuestra vida, desde qué comemos hasta nuestra educación y trabajo. Mientras la formación es cosa natural del individuo, el Estado y el capitalismo viola con sus artificios esta condición humana para convertirla en un instrumento a su servicio, haciendo de algo natural un órdago estéril. Al ministerio de educación y ciencia le sigue toda la jerarquía de burócratas miserables, mercenarios a fin de cuentas del capital, que mantiene la universidad y sus podridas estructuras: rectorado, vicerectorado, decanato, etc. son los instrumentos de asimilación y aplicación en última instancia de los deseos del poder. No son inocentes, y su muestra en ocasiones de rechazo de algunas medidas del gobierno no les exime de culpa, pues participan en un terreno de juego en el que aceptan las reglas del capital.
¿Y se supone que tenemos que asistir agradecidos a la inauguración del nuevo curso? No, nosotros no nos lo creemos. El esperpéntico espectáculo de normalización de la situación nos repugna. A la sombra del folclore festivo de las jornadas de recepción de estudiantes y de la inauguración del curso académico se encuentra la agonía permanente de la enseñanza. El curso que empieza hoy estrena zapatos nuevos -aunque son más viejos que el hambre-, y todos los conocemos bien: el paquete de recortes, las subidas de tasas, los duros impuestos, y podríamos seguir hasta cansarnos. No nos sorprende, y no es que el curso sea sustancialmente peor que el anterior. No nos decepciona. Nunca esperamos nada de la maquinaria de adoctrinamiento para el capital que es la universidad del Estado. Y tenemos que poner las cosas en su sitio, no nos podemos dejar engañar: lo teníamos en nuestra cara desde el principio, y lo venimos tragando desde niños. La mentira de la educación accesible a todos, la aparente inocencia de la promoción pública de la enseñanza es el anzuelo del que se vale el Estado para pescar a quienes serán sus trabajadores sumisos. El Estado supone la alienación en todos los ámbitos de nuestra vida, desde qué comemos hasta nuestra educación y trabajo. Mientras la formación es cosa natural del individuo, el Estado y el capitalismo viola con sus artificios esta condición humana para convertirla en un instrumento a su servicio, haciendo de algo natural un órdago estéril. Al ministerio de educación y ciencia le sigue toda la jerarquía de burócratas miserables, mercenarios a fin de cuentas del capital, que mantiene la universidad y sus podridas estructuras: rectorado, vicerectorado, decanato, etc. son los instrumentos de asimilación y aplicación en última instancia de los deseos del poder. No son inocentes, y su muestra en ocasiones de rechazo de algunas medidas del gobierno no les exime de culpa, pues participan en un terreno de juego en el que aceptan las reglas del capital.
No
podemos defender la universidad pública como sinónimo de
universidad estatal. Nosotros no podemos separar el Estado del
capitalismo: son una misma cosa que se nutren en la simbiosis más
dañina que hemos padecido jamás. El Estado garantiza todo el cuerpo
legislativo para que las corporaciones se beneficien: desde las
jornadas laborales, el salario mínimo, las condiciones en el
trabajo... hasta la decisión de planes de estudio, sus contenidos,
su duración, la intromisión de entidades privadas en universidades,
etc. Es lo que tenemos que pagar por delegar en manos ajenas lo que
solo debemos de decidir nosotros; el poder nunca podrá comprender
nuestros verdaderos problemas, y actuará en base a sus intereses sea
del color que sea.
Por
ello, para paliar este mal endémico solo nos queda la lucha. Pero la
lucha antiautoritaria, despreciando todo poder. Rechazamos la
autoridad tanto en la universidad, como en los centro de trabajo,
como en el resto de parcelas de nuestra vida. Nuestra lucha no debe
ir encaminada solamente a frenar la oleada de recortes ¿o acaso la
universidad hace diez años era algo ideal?. No queremos ir hacia el
pasado, queremos ir hacia adelante. No queremos una universidad
controlada por el Estado: un centro de adoctrinamiento del régimen.
Tampoco queremos que sean las empresas las que decidan nuestros
estudios. Nuestra formación es parte importante de nuestra vida, no
puede pertenecer ni a empresas ni al Estado. Debemos aspirar a que
las asambleas controlen todo lo que nos compete, no exigimos más
participación, luchamos por controlar nosotros mismos
directamente nuestra educación, nuestro trabajo, nuestra vida. Así
mismo, nuestra lucha solo debemos llevarla por nosotros mismos: no
deleguemos en consejos de estudiantes, no deleguemos en
partidos, no deleguemos la lucha en aspirantes a políticos. No
caigamos en la trampa de querer ser representados en sus
instituciones, la lucha está en la calle y en las asambleas.
Por
otro lado, no perdamos de vista que los ataques nos llueven en todas
las direcciones. Este contexto de crisis solo acelera los intereses
de los poderosos: abaratar el despido, subida de jornada laboral,
mayor elitismo en la universidad... es algo que siempre han
perseguido.
No
es momento de procesiones ridículas. Es el momento de la lucha.
Defendámonos de las agresiones. Basta ya de ser dirigidos.
Contra
la precarización de nuestra formación
Contra
los avances de los poderosos
Abajo
el Estado y el Capital
Grupo
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Federación
Ibérica de Juventudes Libertarias
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