Que vivimos tiempos difíciles ya los sabemos. Recortes, reformas, represión, crisis... Y como ya lo sabemos, no vamos a dedicar este editorial a ese tipo de crisis, la crisis del capital, sino a otra muy importante y que nos afecta mucho: la crisis del anarquismo. Podríamos hablar incluso de la gran crisis del anarquismo, en cuanto a la incapacidad que tenemos de hacernos notar en un sentido real y profundo. Se podría decir que hemos sido prácticamente aislados, marginados, y que la sociedad simplemente nos percibe como un aspecto residual de un lejano pasado, o como un grupo pequeño de presión con tácticas e ideas “que van demasiado lejos”. Pero no nos perciben como un movimiento real, tangible, del que se pueda esperar algo y al que se pueda aportar. No “interactúan” con nosotros, salvo honrosas excepciones. Simplemente observan. Y de ahí el eterno debate de qué hacer para llegar a la gente, o para que la gente llegue a nosotros. Y en esas estamos.
Precisamente en este contexto nos encontramos otro aspecto importante. En nuestro caso, la crisis del anarquismo se está empezando a parecer mucho a una crisis “de” anarquismo. Con este “de” hacemos referencia al contenido anarquista, el cual está cada vez más ausente de la vida social en general, y del “movimiento contestatario” en particular. Respecto al primer ámbito, poco más podremos aportar acerca de nuestro parecer de lo que no hayamos dicho ya con nuestra militancia diaria. Respecto al segundo, a la carencia de anarquismo dentro del movimiento contestatario, no cabe otra reacción que la de preocuparnos. Y mucho.